Luis Alberto Díaz-Galiano Moya es biólogo, doctorando en Botánica y Biomecánica, consultor de Arboricultura y coordinador de diferentes proyectos de investigación en el entorno de arbolado urbano.
Se le conoce como uno de los grandes de la arboricultura, con una mente académica potente, los pies en la tierra y las manos en el árbol. Su capacidad de trasmitir el cuidado de los árboles ha creado escuela porque, después de oírlo, nadie queda indiferente.
De Madrid por nacimiento, pero andaluz por decisión. Dice que no es Jardinero porque para serlo hay que saber un poco de muchísimas cosas y piensa que la formación debe ser específica porque en Jardinería hay cabida para todo. Pero la verdad es que cuando habla de árboles le cambia la cara. Tiene una capacidad extraordinaria para trasmitir y ha sabido sembrar pasión por el árbol en muchos jóvenes que se inician en arboricultura. Ha creado Escuela.
Tiene una mente científica y no admite una opinión sin preguntar el porqué. Es inquieto, crítico y despistado como todos los sabios. Nadie como él entrega tanto a la hora de convencer de lo que ha meditado, estudiado y experimentado. Nunca habla por hablar.
Él es uno de los mejores arboristas, pero esta definición se le queda muy corta, es mucho más. Su experiencia es enorme. Ha realizado complejos anclajes en árboles singulares de La Alambra y de Málaga, trasplantes de Araucarias y Dragos de gran porte en Las Brisas y La Línea de la Concepción y de Palmeras centenarias en Santander. Es un experto, estudia a los árboles y cuida los árboles.
«La gran mayoría de Planes Directores son “corta-pegas” de los que circulan por internet y están diseñados por empresas sin experiencia en la gestión de arbolado y cuyo único fin es obtener beneficios»
¿Por qué es usted Jardinero?
¡Gracias por el piropo, ya me gustaría a mí ser jardinero!
“Persona que por oficio cuida y cultiva un jardín” (RAE). No sé si esta acepción ofrecida por la rae es demasiado pobre o extraordinariamente extensa y ambiciosa. Un jardinero es un “superhombre” o “supermujer” (aunque no voy a entrar en estas disquisiciones sobre la igualdad), que debe saber “un poco” de especies, árboles, arbustos y vivaces, un poco de suelos (textura, estructura, mezclas idóneas…), un poco de fitopatología y un poco de tratamientos, un poco de poda (tipo de floración, posición de las yemas, topiaria, por no hablar de la complejidad asociada a la poda de arbolado), un poco de riegos (instalación, diseño, cálculos (pérdida de cargas), reparaciones, difusores, aspersores o los múltiples sistemas de riego, necesidades particulares del jardín y las especies que lo conforman), un poco de plantación (hoyos de plantación, marcos, anclajes (tutorados, anclajes subterráneos…), un poco de poda de formación, un poco de viveros, un poco de la idoneidad de las especies según una tipología climática, un poco de los mínimos exigibles de la calidad de planta y un poco de la identificación de aquellos defectos habituales asociados a éstas antes de proceder a su reposición, un poco de manejo de maquinaria (segadoras, perfiladoras, desbrozadoras, cortasetos, tijeras, etc.,) y el mantenimiento asociado (afilados, cambios de filtros, limpieza)…, un poco de demasiados cosas es un mucho de todo, difícil de conseguir hasta para las mentes más privilegiadas. Gracias por la pregunta, pero… ¿de verdad, conoces a muchos jardineros? Cada vez pienso más que la profesión está denostada por el intrusismo, provocado por el paro y la desidia de la administración al no formar a los operarios de mantenimiento del jardín o permitir la incorporación a colegas, amiguetes y gente sin vocación en las grandes empresas de mantenimiento, donde todo cabe. Hoy por hoy, existe una gran mayoría que sólo saben enrollar mangueras, poco y mal.
Considero esencial partir de una vocación feroz que te imprima la garra, el tesón y la necesidad imperiosa de una formación continua, esto supone un esfuerzo constante a lo largo de la vida. La única forma de rectificar los errores es a través del conocimiento y la autocrítica. A nivel personal, esto significa capacidad de aceptar tus propios errores y ampliar el conocimiento de forma constante: libros, artículos, conferencias, talleres o cursos. Todos son necesarios. Aún recuerdo con cariño a mi extraordinario amigo Miguel García-Amorena, excepcional biólogo y mejor micólogo —además de jardinero— cuando me explicó cómo preparar una determinada pradera contra el estrés hídrico, tan sólo con el aumento de la longitud de corte, la separación de las siegas y el incremento de potasio (K+) en el abonado para favorecer el cierre de estomas y el desarrollo radicular. ¡Guau!, por supuesto, esto en jardinería de “batalla” (césped urbano conformado por distintas especies de gramíneas cuya mayor función es la de servir de “pipican”), no voy a hablar de la especialidad y profesionalización en el manejo de praderas en campos de golf, donde Rafael González Carrascosa es toda una eminencia.
Yo, tan solo soy un aprendiz, sigo indagando en la bibliografía y aprendiendo de mis compañeros con el único fin de cuidar del arbolado.
“Buscamos lugares magníficos donde vivir y los transformamos hacia una comodidad mal entendida, donde prima un urbanismo atroz que todo lo artificializa”
Cuando enfermamos vamos al médico. ¿Piensa que la sociedad en general es consciente de que las plantas aportan salud?
¡Claro que las plantas aportan salud, por supuesto! Tan solo hay que leer la cantidad de artículos asociados a los beneficios ecosistémicos o simplemente analizar de forma introspectiva de dónde procedemos y dónde nos asentábamos cuando éramos H. neanderthalensis…, pero se nos olvidó. Buscamos lugares magníficos donde vivir y los transformamos hacia una comodidad mal entendida, donde prima un urbanismo atroz que todo lo artificializa, “plastificándolo” con un exceso de pavimento. Cuando un hermoso paraje natural se urbaniza, se elimina todo lo verde porque molesta, en general, no entendemos la importancia de la infraestructura verde y por tanto no la apreciamos. Los que nos dedicamos a esto, estamos demasiado acostumbrados a que un propietario, el que sea, después de plantar un árbol proponga su eliminación, porque es muy grande, es peligroso o tira mucha “mierda”. Entendiendo la mierda por las hojas o las flores, sin tener en cuenta el secuestro de carbono, la retención de agua, el aporte de oxígeno, la absorción de metales pesados, la amortiguación de la temperatura o la minimización de los precursores del ozono, entre mil cosas más que provocan muertes prematuras. Los cientos de miles de personas que mueren en Europa antes de lo que debían son atribuibles a la mala calidad del aire, el incremento de afecciones pulmonares en menores ha sido drástico según un estudio de pediatría de atención primaria en Madrid y proponen como actuaciones correctoras tomar medidas preventivas, y esto supone la instauración de una buena cobertura vegetal en la ciudad.
¿Hemos sabido explicar a la sociedad nuestra profesión?
No, en absoluto. Nos queda un largo camino por emprender y ni siquiera hemos empezado. Como dijo el poeta, ”Se hace camino al andar” y estamos gateando. Nadie se ha preocupado de esto, administración, asociaciones o empresas…, da igual.
Son muchos los ámbitos que se deberían tocar y fracasamos prácticamente en todos. Un ejemplo: los Planes Directores de Arbolado están de moda, sin duda, y se olvida en todo momento una componente esencial que es la información a los ciudadanos. Para poder llevar a cabo un proyecto tan ambicioso no sólo se han de incluir a los diferentes actores sociales, además hay tener en cuenta una partida económica enfocada a la trasmisión de la información. Si no se divulga de la forma adecuada la sociedad no entenderá el proyecto ni lo respetará. Hoy por hoy, la gran mayoría de Planes Directores son “corta-pegas” de los que circulan por internet y están diseñados por empresas sin experiencia en la gestión de arbolado y cuyo único fin es obtener beneficios.
Tal y como decía antes, la profesión está denostada, un jardinero puede ser cualquiera, olvidando todos y cada uno de los puntos en los que debe estar formado. Prácticamente nadie se siente orgulloso al decir soy “jardinero” y es normal. Tras la crisis del ladrillo, ¿Cuántos operarios derivan a la jardinería?, ¿Cuántas empresas “sociales” justifican la inclusión laboral a través de la jardinería?, ¿Cuántas personas cogen una motosierra, con la peligrosidad y el destrozo asociado, sin la formación pertinente?, ¿Cuántos “jardineros” se dedican al mantenimiento de zonas verdes privadas sin estar de alta en la seguridad social? Evidentemente la respuesta es bien conocida, pero si no se necesita formación por qué estar orgulloso de algo que no se aprecia, este ultraje explica la forma en la que se ha vilipendiado la profesión.
La profesionalización del sector es la única vía de escape que permitirá con el tiempo dotar a esta increíble labor del prestigio que se le ha robado.
¿Por qué nos atraen las plantas?
La respuesta quizá este explicada anteriormente, lo llevamos en el soma, la Biofilia (Wilson, 1984) tan solo es la definición de la expresión de nuestro sentimiento más interno. La felicidad se encuentra en las cosas sencillas, las cotidianas, y el acercamiento a la naturaleza forma parte de ello.
Hablemos de usted. ¿Cuándo supo que era Jardinero?
Gracias de nuevo, es todo un halago. No lo sé, diariamente, supongo. Todos los días me surge un proyecto o una idea que me refuerza la inquietud de seguir aprendiendo. Quizá la primera vez fue en una clase de botánica con José María Barrasa, en la pradera del campus universitario de Alcalá de Henares, bajo una agrupación de chopos que eran balanceados por el viento, y se nos explicó de forma sencilla la dinámica de movimientos de las copas. Aquello me sorprendió y me atrajo profundamente.
Podría poner mil ejemplos de sorpresa y fascinación hacia las plantas, pero hoy por hoy, sigo tratando de ser jardinero a diario.
Con la pandemia ha habido muchos cambios. ¿En qué cree que ha afectado a los jardines?
A los jardineros no lo sé, he de pensarlo…, pero a la sociedad drásticamente, esto ha sido toda una cura de humildad, como decía Karlos Arguiñano “resulta que éramos felices y no lo sabíamos”. Ahora todos queremos campo, espacios abiertos, libertad, respirar, olores, paisajes…, y esto es naturaleza y su disfrute.
Los jardines ahora están de moda, pero su cuidado y mantenimiento no, o bien resulta caro o es mejor contar con un “chapuzas” que por pocos euros la hora siegan, podan y barre una vez cada 15 días.
Nunca he sido una persona pesimista o negativa, de hecho, trato de ser crítico pero constructivo, siempre en positivo…, pero hemos de llamar a las cosas por su nombre, es la única manera de modificar lo feo, lo erróneo y construir un futuro digno para nuestros predecesores.
De pronto hay personas que quieren abandonar las ciudades y vivir en el campo, en los pueblos.
Normal…Históricamente, con independencia de la línea temporal que sigamos en la trayectoria del Homo sapiens, el lugar donde se daban los asentamientos y establecimientos de las agrupaciones de individuos, sin duda, debía ser elegido con mimo y responder a una serie de características que cumplieran todos aquellos requisitos exigibles para cubrir las necesidades habituales, cobijo, sombra (Temperatura, humedad, protección frente UV…), agua, alimento…es evidente. Nadie en su sano juicio se alojaría en un ambiente hostil o que impidiera el desarrollo normal de un conjunto de individuos, familia, o población…, por pequeña que fuera.
Por esta misma razón, se considera que inicialmente, la zona de ocupación de las actuales ciudades, indudablemente, cumplía con esos requerimientos y que forman parte de una tradición histórico-social que llevamos en el soma. Esta ciudad, es nuestro nicho ecológico, nuestro “hábitat” y para considerarlo así, debería al menos cumplir las tres acepciones emitidas por la RAE para la definición de dicho término:
- m. Ecol. Lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal.
- m. Ambiente particularmente adecuado a los gustos y necesidades personales de alguien.
- m. Urb. Espacio construido en el que vive el hombre.
Ahora, con el inicio de una nueva era, el “Antropoceno” la transformación humana supone una modificación del entorno tal que el Cambio Climático que se muestra con mayor expresión a nivel global y cada vez más drásticamente. Por añadidura, puede verse empeorado a nivel particular en el entorno urbano en el que en la “mejora de la transitabilidad” de la ciudad, por ejemplo, subyace el efecto de la Isla de Calor, donde el incremento de la infraestructura gris y la omnipresencia del pavimento se alza con elevado oprobio para la salud. Se ha perdido el humanismo en la arquitectura y el diseño de la ciudad, olvidando por completo el beneficio que aporta una buena cobertura vegetal, antes requisito indispensable e indicador de calidad del entorno.
Ahora la ciudad ya no es eso, quizá no cumpla ninguno de los requisitos empleados en la definición del término…, normal que la gente huya…
“La propia situación actual del mercado laboral hace que cualquier persona con la necesidad de buscar un trabajo trate de aumentar su currículum con cursos rápidos y baratos, lo entiendo, pero además de ser contraproducente, no es la solución”
¿Abandonar las grandes ciudades es la solución?
Yo casi lo considero una huida, la ciudad nos secuestra, entramos en una dinámica que resulta poco agradable, asumimos el tráfico, la contaminación, el ruido y la carencia de espacios verdes como algo normal, cuando debería ser todo lo contrario. Particularmente creo que la solución pasa por cambiar el formato de ciudad y hacerla más “vivible”, más amable. Hace unos meses, junto al maestro D. Enrique Salvo, realizamos un estudio sobre el impacto del albedo en la ciudad y el resultado ha sido aterrador, la influencia del exceso de pavimento influye más que el propio Cambio Climático, si tenemos en cuenta ambas cuestiones, desde luego que el futuro es poco prometedor.
Cambiar el formato de ciudad implica variar el modelo arquitectónico de construcción, donde los grandes espacios verdes, necesariamente deben ser el punto de partida de cualquier proyecto. Generar pasillos verdes interconectados entre sí, junto con los parques y el cinturón periurbano debería ser el proyecto a medio plazo de cualquier urbe que se precie. El incremento de la cobertura vegetal con grandes árboles, alcorques adecuados, volúmenes de suelo necesarios, suelos estructurales y pavimentos flotantes que eviten compactaciones, planificación a medio plazo de las plantaciones incluyendo estudios específicos sobre las distintas tipologías climáticas y la flora asociada, estrategias de gestión del riesgo de la arboleda heredada…, en fin, ¡han de cambiar tantas cosas para solventar el problema que se nos echa encima!
Se debe desarrollar la idea de que para que una ciudad sea sostenible y resiliente se debe incrementar la proporción de capacidad de soporte del medio con respecto al aumento de la población, es decir, si entra tanta gente en un sitio y esto supone un determinado consumo, de la misma forma se debe aportar y restablecer ese gasto energético al medio, supongamos la emisión de gases o el uso, consumo y abuso de agua…por eso hay que incrementar los bosques urbanos…, es obvio.
José Elías dijo que para que haya buenos jardines hacen falta buenos jardineros. ¿Qué pasa con la formación en Jardinería?
D. José Elías Bonells, es un tío muy listo, y lo demuestra a diario, evidentemente su afirmación está cargada de razón.
Me preguntas… ¿qué pasa con la formación? Nada, absolutamente nada…En España la formación es un tinglado o un chiringuito, cuando algo no está legislado o normalizado (más en aquella formación que no está reglada), existe la posibilidad de que empresas sin escrúpulos oferten cursos a tutiplén con el único objetivo de facturar.
Todos conocemos empresas que ofertan 4 ó 5 títulos impartidos en un solo fin de semana cuyo único atractivo es bonificar la formación, empleando profesorado novel con experiencia nula en el sector y que trabajan por un precio hora misérrimo, y también conocemos encargados de la formación o directores de departamento que se conforman tan sólo con cubrir el expediente. Esto vale de poco, decía Henry Ford “Sólo hay algo peor que formar a tus empleados y que se vayan. No formarlos para que se queden” y esto es uno de los grandes problemas de la gestión actual de las zonas verdes, demasiada gente sin cualificación. Además, la propia situación actual del mercado laboral hace que cualquier persona con la necesidad de buscar un trabajo trate de aumentar su curriculum con cursos rápidos y baratos, lo entiendo…, pero además de ser contraproducente, no es la solución.
Cada vez tengo más claro que es necesaria la formación específica, equipos multidisciplinares y especializados han de formar parte de la plantilla de las empresas de jardinería. Un arborista técnico, es un trabajo diferente de un especialista en trepa o poda, y distinto de un experto en poda de arbustos o siega…, la jardinería es tan amplia que hay cabida para todos.
Estamos obligados a mejorar la formación y obligados a ser más exigentes en la especialización del personal y la revisión de los títulos que inflan los Curriculum Vitae. Fuente: Amja, Artículo original: https://profesionaleshoy.es/jardineria/2021/01/27/entrevista-con-el-biologo-e-investigador-luis-alberto-diaz-galiano/23697